UC - Críticas
Países: Canadá y Francia. |
Interpretación: Robert Pattinson (Eric Packer), Sarah Gadon (Elise Shiffrin), Paul Giamatti (Benno Levin), Kevin Durand (Torval), Juliette Binoche (Didi Fancher), Samantha Morton (Vija Kinski), Jay Baruchel (Shiner), Mathieu Amalric (André Petrescu), Emily Hampshire (Jane), Patricia McKenzie (Kendra). |
PROBLEMAS DE PRÓSTATA
"Cosmopolis" es una arriesgada, exigente, surrealista, compleja y decepcionante fábula sobre el mundo moderno, una parábola económica y social sobre la crisis que nos envuelve y sobre la decadencia del capitalismo. No es tarea sencilla hablar de ese tipo de temas y hacerlos atractivos cinematográficamente hablando. Y "Cosmopolis" no puede eludir esos problemas, pese al estupendo reparto y la pericia en la puesta en escena de Cronenberg. La película es densa, críptica, pesada y pretenciosa, tan sólo una pequeña selección de espectadores podrán disfrutarla en toda su intensidad, entre los cuales lamentablemente no me encuentro.
SINOPSIS: En una Nueva York en plena ebullición, la era del capitalismo llega a su fin. Eric Packer (Robert Pattinson), el chico de oro de las altas finanzas, se adentra en su limusina blanca. Mientras la visita del presidente de los Estados Unidos paraliza Manhattan, Eric Packer solo tiene una obsesión: que le corten el cabello en su peluquería, al otro lado de la ciudad. A medida que transcurre el día, el caos se adueña de la atmósfera y él asiste impotente al hundimiento de su imperio. Además, está seguro de que se disponen a asesinarle. ¿Cuándo? ¿Dónde? El protagonista se dispone a vivir las 24 horas más importantes de su vida.
He de reconocer que la premisa argumental de ver caer el imperio financiero de uno de los hombres más poderosos del mundo mientras éste viaja en su limusina para ir a cortarse el pelo, atrapado por el caos circulatorio propiciado por un mundo convulso, me parecía de lo más atractiva y sugerente. Pero pronto, esa premisa se diluye en un vaivén de personajes que entran y salen de la trama sin que entendamos muy bien porque, lo que propicia una serie de diálogos entre lo pedante y literario que nos deja más fríos que a una varita de surimi de nuestro congelador.